Pensando en la posibilidad de encontrar un buen escondite hasta que llegara la noche, Sir Robert bajó las escaleras. Con gran cautela el pequeño caballero descendió los oscuros y enormes escalones.
No habÃa prácticamente luz. Todo parecÃa tan amenazador que Sir Robert descubrió que nunca antes habÃa estado tan asustado.
La causa de su sufrimiento era una gigantesca mujer de raza asiática que los observaba con gesto cruel. Al menos el doble de alta que Sir Robert, se encontraba enfundada en un ajustadÃsimo traje de cuero negro que parecÃa pintado sobre su piel de lo ceñido que estaba. Sus pies vestÃan unas botas del mismo material cuyos enormes talones acentuaban aún más si cabe su gran talla. Su busto era simplemente descomunal, tanto que Sir Robert se preguntaba como era capaz de andar sin desequilibrarse, y se encontraba a duras penas retenido por el sensual traje.
Al contemplar tan portentosa criatura Sir Robert inició una vergonzante huÃda, con tan mala fortuna que sus pies tropezaron con un atizador, haciendo suficiente ruido como para atraer la atención de la enorme torturadora.
Sin demasiado esfuerzo, la giganta atrapó a Sir Robert, le levantó y le aprisionó contra su inabarcable busto en una presa imposible de romper para el indefenso caballero. Con la cara aplastada entre tan portentosos senos, tenÃa dificultades para respirar.
Su enorme captora lo llevó de vuelta a la terrible sala de torturas.
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