\"Writing.Com
*Magnify*
Printed from https://web1.writing.com/main/view_item/item_id/2347503-La-debilidad-de-Tails
\"Reading Printer Friendly Page Tell A Friend
No ratings.
Rated: GC · Fiction · Fanfiction · #2347503

La debilidad de Tails son pies grandes y apestosos, y Marine piensa aprovecharse de ello.



A metal caliente olía el taller de Marine. Absorto en su labor, Tails realizaba el ajuste final a una nueva hidro-bobina para el Wave Tornado. Si lograba calibrar esto a la perfección, por fin podrían…

—¿Y ahora en qué andas, Tails?

Un respingo lo sacudió, haciendo que la llave inglesa casi se le cayera. Marine saltaba a su lado, observando su trabajo con intensidad.

—Estoy intentando redirigir el flujo de energía, Marine —dijo él, con la voz tensa por el esfuerzo—. Es muy delicado.

—¡Dale, claro que sí! ¡Porque si la energía no fluye, to’o el aparato e’te revienta! —rió ella.

Tails suspiró. Durante la última hora, los intentos de Marine por ayudar habían consistido en ser una copiloto fastidiosa y en ofrecerle una manzana a medio comer. Por supuesto, no podía ignorar sus saltos llenos de energía que hacían crujir las tablas del suelo. Sabía que tenía buenas intenciones —su enamoramiento por él era tan sutil como su acento—, pero su energía ilimitada era un asalto directo a su concentración.

Su mirada descendió por un instante. Intentaba hacer caso omiso de que se había descalzado en cuanto puso un pie dentro, algo que hacía siempre en los días más abrasadores. Las plantas de sus pies, normalmente impolutas, ya estaban empolvadas con arena y la mugre del taller.

Él desvió la mirada con rapidez, un calor inesperado encendiéndole las mejillas.

«Concéntrate en el proyecto, Tails», se dijo.

—¿Me pasas esa llave de cinco milímetros, por favor? —le pidió él, señalando sin mirar.

—¡Como digas!

Sintió un toque ligero contra su pierna. Al bajar la vista, se le heló la sangre. Allí, sostenida firmemente entre los grandes dedos de Marine, estaba la llave. Con un equilibrio precario y una sonrisa pícara, sostenía el otro pie extendido hacia él.

—Vamos. Cógela antes de que me dé un calambre —dijo, doblando los dedos con más fuerza.

Él tomó la herramienta con torpeza, sus dedos enguantados rozando los dedos de ella. Inmediatamente la dejó caer con un fuerte estrépito.

—Qué manos de mantequilla tienes —bromeó ella.

—Se me resbaló —murmuró, respirando hondo. Sintiendo cómo crecía la tensión, supo que necesitaba un alivio urgente antes de que la situación se tonara insostenible.

Ahora era su oportunidad. Se agachó, fingiendo buscar la herramienta caída. Mientras la alcanzaba, se inclinó hacia los pies de ella. Su aroma era una mezcla de arena caliente y su propio y único almizcle. No era abrumador, pero sí vigorizante. Tragando saliva, se arriesgó a inhalar más profundamente, esta vez junto a sus dedos más pequeños.

—¿Qué estás haciendo ahí abajo? —gritó ella.

Tails se disparó hacia arriba, dándose un buen coscorrón contra la mesa de trabajo.

—¡Ay! Sólo… ¡Sólo estaba agarrando la llave!

Marine ladeó la cabeza confundida. Luego, sus ojos se desviaron de su hocico rojo hacia sus propios pies. Y de vuelta hacia él. La confusión en su rostro se desvaneció y fue reemplazada lentamente por una sonrisa pícara.

—¿Tú piensas que yo no sentí ese vientecito en mis deditos, zorrito? —ronroneó. Finalmente tenía toda su atención. Y no pensaba desperdiciarla—. Qué manera tan elegante de confesar que te gusta el aroma de mis pies.

—¡No! ¡Es que… hay más densidad de aire ahí abajo!

—Ah, ¿sí? —Dio un paso adelante, atrapándolo entre ella y la mesa de trabajo—. Eres un pequeño rarito, ¿sabes? ¿Acaso te fascinan mis pies? ¿Es eso?

—Marine, deja de decir tonterías —gruñó él, haciendo un puchero.

—¡Te gustan mis pies apestosos! —canturreó, su sonrisa ensanchándose. Chilló de gusto—. Y si no, tendré que contarle a Blaze y Sonic sobre tus peculiares hábitos olfativos. La seguridad es primero, después de todo.

—¡No lo hagas! —Tails la agarró por los hombros—. ¿De verdad es mucho pedir que cierres la boca por una vez en tu vida?

—Claro. —Asintió rápidamente—. Aunque no es imposible. Puedo guardarte el secreto. Con una condición.

—¿Cuál?

—Pues bésame los pies. —Se lamió los labios.

—¿Besarte los pies? —Las orejas de Tails se irguieron—. ¿Es que te has vuelto loca?

—De la cabeza estoy perfecta, gracias —rió ella, cruzando de brazos—. Unos cuantos besitos a cambio de mi silencio absoluto. Me parece una ganga, considerando lo mucho que te preocupa tu reputación.

—¿Qué clase de amiga chantajea a otro?

—¿Y qué clase de socio anda por ahí oliéndole los pies a su socia? —respondió ella, sin perder la sonrisa. Se inclinó más cerca—. Tú sabes que yo no tengo mucha paciencia, ¿me oyes?

—Tú… —Sus hombros se hundieron en señal de derrota—. Está bien.

—¡Así me gusta! —Se dejó caer en una caja cercana y extendió su pie derecho, apoyándolo en un taburete—. Prepara esos labios, zorrito.

Quejándose, Tails se arrodilló ante ella. Fijó la vista en la parte superior de su pie, la parte más limpia. Podía hacerlo. Tomando aire, se inclinó y le dio un rápido piquito antes de retirarse de inmediato.

—¿Eso qué fue: una mosca que se posó? Apenas lo sentí, chico. —Marine meneó los dedos—. Y besaste la parte equivocada, bobo. La parte de arriba es la más aburrida.

Abrió los dedos y, con un aire glamuroso, le presentó las plantas de sus pies.

Él sintió una arcada. Sin otra opción, se inclinó de nuevo. El cálido almizcle de su pie llenó sus fosas nasales mientras sus labios se presionaban contra la planta. La textura, áspera por la arena, le provocó un escalofrío que le recorrió la espalda. Sus orejas se crisparon de nuevo.

—¿Ves? —arrulló ella—. Te gustó eso, ¿a que sí?

—Que tú lo digas no lo hace real.

—A mí no me mientas. —Empujó su pie izquierdo hacia adelante—. Eres un rarito de los pies apestosos. Ahora volvamos a lo que estaba haciendo antes. Una olfateada bien profunda esta vez. Quiero oírlo, ¿me oíste?

Atrapado en la caverna de su aroma único, Tails obedeció a regañadientes. Inhaló larga y lentamente. El olor de ella regresó aún más potente, con un hedor que tenía un penetrante toque avinagrado. Mientras ella guiaba su cabeza con los dedos hasta que su nariz quedó acunada entre ellos, se encontró aspirando tanto el hedor como charcos de agua salada.

—Me recuerda a hace unos meses —rió ella, mirando a otro lado—. Se me pusieron los pies tan increíblemente apestosos después de un largo día explorando… ¡Me metí en la bañera y gasté una barra de jabón entera en un solo pie, y apenas le hizo algo! ¡Así que tuve que agarrar otra barra, y luego otra! ¡Te digo que usé como una docena, y además un frasco entero de la crema esa elegante, antes de que empezaran a oler medio decente!

Tails intentó retirar la cabeza, dejando escapar una protesta ahogada.

—Marine, esto es tan infantil…

—Silencio. —Ella encogió los dedos suavemente—. La adulta está hablando. ¿En qué estaba? Ah, sí.

La historia de los pies apestosos se convirtió en otra. Luego vino una tercera y una cuarta. Mientras tanto, Tails permanecía cautivo, obligado a respirar el hedor cada vez más intenso de sus pies. El taller se calentaba a medida que el Sol subía. Y con cada anécdota divagante, los pies de Marine se humedecían más.

Finalmente la mente de Tails se quedó en blanco. El shock inicial y la humillación se habían desvanecido. Ahora le quedaba una extraña e hipnótica sobreestimulación. Una de sus colas se meneó lenta e inconscientemente. Sus manos, que habían estado apoyadas en el taburete para empujarse, se deslizaron hacia adelante hasta acunar los tobillos de ella.

Marine, a pesar de su palabrería, no se perdió nada de esto. Sintió cómo lo abandonaba la lucha.

—Se acabó la hora del cuento —anunció. Lo miró radiante—. Nueva regla: lámeme los deditos.

—¿Tus… tus dedos? —Tails vaciló. Pero con un suspiro estremecedor, obedeció. Su lengua recorrió los dedos de sus pies, del más pequeño al más grande.

—¿Y qué tal saben? —preguntó Marine, mordiéndose el labio.

—Están todos sucios y salados —murmuró. Lamió otro dedo, escapándosele un suave gemido—. Y… y me gusta.

—¡Ya era hora de que te rindieras! De verdad que eres un tipo raro, ¿eh? —Después de aplaudir, se echó hacia atrás—. O sea, que mientras más sucios y apestosos estén mis pies, ¿más se menean tus colitas? ¿Así funciona?

Tails apretó los ojos, incapaz de responder.

—Bueno, pues —dijo ella, su voz volviéndose más cálida—. Demuéstrame lo que de verdad piensas de ellos.

Era todo el permiso que necesitaba. Con un gemido desesperado, la lengua de Tails se extendió por completo. Lamió con una intensidad febril sus plantas polvorientas, su lengua trabajando para limpiar cada mota de arena y mugre. Chupó cada uno de sus dedos hasta el último. Mientras el intenso sabor de ellos bajaba por su garganta, dejó escapar un profundo gemido.

Marine se puso una mano en el pecho, fascinada. Él estaba completamente perdido, adorando sus pies.

Su atención se desvió entonces de las yemas de sus dedos a los espacios húmedos y apretados entre ellos. No había una gran acumulación de suciedad, aunque sí un suave residuo salado donde persistía una fina mugre. Jadeando, mordisqueó entre los dedos, chupándolos suavemente.

—¡Oye, cuidado! —chilló Marine, sacudiendo la pierna—. ¡Que me haces cosquillas!

Tails fue un paso más allá y abrió su hocico de par en par. Empezó a meter todo su pie derecho en su boca. Sus largos dedos desaparecieron primero, seguidos por la almohadilla de su pie, y luego su alto arco, estirando su boca hasta el límite absoluto. Siguió empujando hasta que sólo su oloroso talón sobresalía de entre sus labios.

—Vaya, vaya —canturreó ella, soltando unas risitas—. Si no fuera por mi pierna, yo digo que te cabía la cosa entera en la boca.

Veinte minutos pasaron en un torbellino de adoración. Marine estaba nerviosa, su cola se meneaba de arriba a abajo como si se hubiera bebido veinte litros de café. Con un suave suspiro, empujó a Tails hasta dejarlo tumbado boca arriba.

Él parpadeó, mirándola. Mientras ella se erguía sobre él, triunfante y sonrojada, se sintió endurecer. Entre esa energía salvaje y esa confianza infinita que rozaba la arrogancia, ella lo había cautivado. Incluso desde el suelo, empezó a notar cada pequeño detalle de su apariencia que le aceleraba el corazón. Sus ojos brillantes, su vestido verde… Por supuesto, no podía ignorar sus plantas lechosas, ahora limpias a la perfección gracias a su atención.

—Disfrutando la vista, ¿eh? —gimió Marine—. No te creas que ya acabamos.

Antes de que pudiera responder, ella se subió a su cara. El suave peso de sus pies presionó sus mejillas. Su abrumador aroma logró atravesar la saliva, hundiéndose más profundamente en el rostro de Tails.

—Marine… —La última de sus defensas se desmoronó—. Me gustas mucho…

Marine se quedó helada. Un feroz sonrojo explotó en su rostro. Su postura confiada vaciló.

—No me esperaba eso tan de repente. —Instintivamente, levantó un poco un pie y luego bajó el dedo gordo hasta sus labios. Él succionó suavemente el dígito mientras ella intentaba calmar los frenéticos latidos de su corazón. Tras un momento, saltó de su cara y se sentó cerca de su regazo—. Bueno, Tails. Voy a hacer que te guste aún más.

Con un suave gemido, estiró los dedos de sus pies sobre la erección de él. Tails dio un respingo. La punta de su pene le besó la empapada bola del pie, arrancándole un jadeo. Ella sonrió mientras envolvía lentamente la cabeza con su abrazo cálido y oloroso.

Se movió despacio al principio. Sus dedos se encorvaron ligeramente, amasándolo antes de deslizarse hacia abajo. Luego, con un suave murmullo, puso en juego su otro pie y lo emparedó entre ambos.

Un gemido gutural se le escapó a Tails mientras Marine comenzaba a obrar su magia. Sus movimientos eran precisos como un láser. El ritmo aumentaba a medida que cada pasada de sus pies le enviaba una explosión de placer. Un minuto de caricias fue rematado con una parada en seco. Marine esperó sólo un segundo, guiñando un ojo. Luego presionó su pie izquierdo hacia abajo, aplastando la verga de Tails contra su pelvis. Él jadeó.

—¿Qué pasa, chico? —arrulló—. Me parece que no estoy apretando lo suficiente.

Intensificó la sensación, permitiendo que la almohadilla de su pie presionara a Tails con la máxima potencia. Parecía peso suficiente para aplastarlo. Su talón rozaba ligeramente sus huevos, lo justo para no provocar una erupción.

En segundos alivió la presión, sólo para reiniciar el rítmico frote. Tails apenas podía hablar. Perdido en el éxtasis de sus pies sobre su verga, sólo gemía.

Marine se giró sobre su estómago, sus plantas ahora mirando hacia el techo. Sus ojos se iluminaron mientras atrapaba a Tails entre sus arcos. El nivel de control era fantástico. Subía y bajaba los talones, luego usaba las almohadillas de sus pies para darle un pequeño masaje en el mango. El nuevo ángulo le dio más palanca, y ahora sus movimientos eran el doble de fluidos. Podía menear mejor los dedos para cuando quisiera que Tails perdiera la cabeza.

Los gimoteos de Tails se hicieron más fuertes. Extendió las manos a ciegas, agarrando sus pantorrillas. Riéndose, Marine ralentizó sus movimientos.

—Ay, ¿el zorrito está a punto de explotar? ¿Son mis pies malolientes los que te están revolviendo todo por dentro? ¿No te cansas de mis plantas cremositas, ¿verdad, olfateador de pie? —Abrió los dedos—. Puedo olerlos desde aquí.

—¡Gah! —Tails se aferró con más fuerza a las pantorrillas de Marine, ahora sacudiendo las caderas mientras ella aceleraba el ritmo. Los pies se estrellaron contra su pelvis con una fuerza increíble, suficiente para que su prepucio quedara completamente retraído. Gimoteando, empezó a suplicar—. ¡Marine! Tus pies… ¡No puedo!

Todo su cuerpo se quedó quieto por un segundo. Marine lo mantuvo cautivo entre sus pies, manteniendo el agarre férreo mientras él liberaba su semilla por todas partes. Un chorro saltó metros en el aire antes de llover de nuevo sobre su talón y gotear hasta sus dedos encogidos.

—¡Está calientico! —gritó Marine, sorprendida al sentir la textura pegajosa escurrirse.

Cuando finalmente terminó, la respiración de Tails era irregular. Su miembro yacía débil bajo la caricia de los húmedos pies de Marine.

Ella se llevó los pies cubiertos de semen a la cara, uno a la vez. Luego, con una mirada de curiosidad, se deslizó un dedo del pie en la boca, sorbiendo la sustancia de él. Procedió a meterse un bocado de dedos, metiendo la lengua en todas las grietas, antes de lamer el semen restante de sus plantas. Chasquidos de labios odiosamente fuertes fueron lo principal que Tails escuchó.

—Uy, sí —rió ella, tragando la última semilla de Tails de un gran sorbo—. ¿Ves que fue divertido?

Tails sólo pudo dejar escapar un tembloroso gemido como respuesta, incapaz de mirarla a los ojos.

Ella se inclinó sobre él, tomándole la barbilla en la mano. Antes de que pudiera procesar lo que estaba sucediendo, se inclinó y presionó sus labios contra los de él. Fue un beso corto. Se echó hacia atrás, dejándolo aún más aturdido.

—Bueno, pues —dijo ella, poniéndose de pie de un salto y sacudiéndose los guantes—. A trabajar, ¿no? ¡Esa bobina no se va a terminar sola, socio!

Tails se quedó allí tumbado, tocándose los labios, su mente repasando la última media hora en un bucle. Al levantarse, notó el pie izquierdo de Marine estirado hacia atrás. Ella miró por encima del hombro, encogiendo y estirando los dedos lentamente con una sonrisa. Se llevó un dedo a la boca, haciéndose callar.

Él sonrió, poniéndose de pie de un salto y volviendo a centrarse en la mesa de trabajo.

—Ahora, ¿quieres agarrarme esa llave?

Ella la recogió entre los dedos de sus pies, colocándola en la palma de él.

—Aquí tienes.

Con la herramienta firmemente en su mano, los dos se reincorporaron juntos al proyecto.
© Copyright 2025 VanillaSoftArt (vanillasoftart at Writing.Com). All rights reserved.
Writing.Com, its affiliates and syndicates have been granted non-exclusive rights to display this work.
Printed from https://web1.writing.com/main/view_item/item_id/2347503-La-debilidad-de-Tails